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El tarro de la calma de Montessori

Ya tenemos en clase unos cuantos botes de la calma.

El “frasco de la calma” no es más que una botella con pegamento líquido y purpurina. Simplemente con agitarlo se genera sus beneficios, y si les acompañamos con enseñarles a los pequeños a tomar unas respiraciones profundas mientras se concentran en lo que sucede con el bote, mucho mejor.

Según algunos estudios, mientras que el niño observa la caída de brillo, puede organizar y centralizar el sistema nervioso. Cuando el niño está estresado, su ritmo cardíaco se acelera junto a su respiración y al ver la lenta caída del brillo, genera un modelo visual para inconscientemente entregar una señal al cerebro que disminuya la agitación. Además, mientras sucede esto, el adulto puede proporcionar un espacio para que el menor trate de explicar las razones de la tristeza, la ira o la frustración.

Hay que considerar que cada niño responde de una manera diferente y que habrá que probar el interés que tenga frente a este bote de la calma. Asimismo, que éste funciona mejor con niños de dos a cinco años, y es importante que el tamaño del pote sea el apropiado al tamaño del niño.

USARLO BIEN O USARLO MAL, ESA ES LA CUESTIÓN

En primer lugar conviene tener presente que el frasco de la calma no funciona por si solo, no sirve de nada poner al niño a mirar el tarro cada vez que acontece un conflicto o se encuentra más nervioso de lo habitual y esperar a que se relaje como por arte de magia.

La cosa no funciona así y de hecho es justo ahí donde el frasco muestra su “lado más oscuro”, ya que utilizarlo con esta expectativa puede acabar convirtiéndolo en un recurrente castigo aunque, eso sí, camuflado de recurso respetuoso (como el rincón de pensar).

Como ves, el frasco de la calma puede resultar un arma de doble filo y por eso es importante conocer a fondo sus posibilidades para así utilizarlo de una manera consciente y no simplemente porque está de moda o dicen que funciona genial “contra las rabietas“.

Y tras exponer los potenciales peligros de un uso inadecuado, centrémonos ahora en la parte positiva: sus aplicaciones dentro de un marco real de respeto y acompañamiento.

Lo cierto es que puede resultar una herramienta muy útil para tratar de explicar como funcionan nuestras emociones a través de una vistosa representación que podríamos narrarles más o menos así, siempre adaptándolo a su edad:

“Estas partículas de purpurina figuran emociones como la tristeza, la rabia, la frustración, el miedo o la decepción (son solo ejemplos) que a veces sentimos. Puede pasar – agitando la botella – que de repente sean tantas y tan fuertes que se revolucionen y anden tan alborotadas que no nos dejen ni pensar… entonces puede que nos pongamos nerviosos y nuestro comportamiento se vea alterado. Pero si seguimos observando las partículas, nuestras emociones, veremos como poco a poco ocupan de nuevo su lugar hasta hallar su estado natural. Es entonces cuando nuestro interior vuelve a estar en calma y equilibrio.

Esto no significa que simplemente debamos esperar a que “pase la tempestad” sino que debemos aprender a reconocer como nos sentimos, a poner nombre a nuestras emociones, hablar de ellas si es necesario y sobre todo aceptarlas. Admitir que tenemos derecho a sentirnos así pese a que no resulte una experiencia agradable para nosotros o los que nos rodean y ser conscientes de que no nos sentiremos así por siempre, aunque en ese momento pueda parecérnoslo".

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